El papel del diseñador es fundamental a la hora de desarrollar una idea. Durante el proceso de desarrollo, que es siempre trascendente, se escogen o se desestiman opciones y posibilidades diversas. Este proceso de elegir en cada caso es una oportunidad y es uno de los principales activos de diseñar. El diseñador no puede ser ajeno a la técnica y sus leyes, ni a los procesos industriales. Los necesita controlar para preservar, mejorar y potenciar su idea; dicho de otro modo, la técnica es para el diseño, lo que las palabras y su uso son para los escritores: mediante la técnica, se consigue comunicar y emocionar, convertirse en un diseño relevante o, por el contrario, intrascendente.
Tengo una especial predilección por los productos sencillos o, mejor dicho, de apariencia sencilla. Me gustan los diseños poco estridentes y atemporales. Busco siempre la simplicidad y el ingenio, dos de las características que más aprecio de un diseño o producto. Soy extremadamente consciente de los recursos que hay tras la apariencia de simplicidad. Simplificar siempre es una tarea complicada y que nos alejada de la zona de confort. De hecho, es un reto que siempre me impongo como prioritario en cualquier proyecto.
Diseñar obliga a reflexionar sobre muchos aspectos que trascienden el puro hecho de diseñar y proyectar, pero al final, el aspecto más relevante y por el que deberían servir todos los diseñadores es el punto de contacto con el objeto y los aspectos que determinarán su carácter. Por ello, entiendo el diseño como un oficio, sobre todo en la parte más intrínseca, cuando estás en contacto con el problema y lo tienes que resolver teniendo en cuenta las viabilidades, los problemas formales y los problemas técnicos.
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